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Black Mirror: realidad disfrazada de ficción

Durante los últimos años, se ha generado un clima bastante humorístico, y digno de aparecer en todos los memes de Twitter y Facebook, alrededor de la serie Los Simpson y sus predicciones sobre el tiempo futuro. En el año 2007 se entrenaba la película de este fenómeno televisivo. En ella, se representaba cómo el Gobierno de Estados Unidos había adquirido la capacidad de controlar las conversaciones de sus ciudadanos. Seis años después, Edward Snowden sacaba a la luz distintos programas de ciberespionaje de la NSA (National Security Agency), a través de los diarios The Washington Post y The Guardian. Una de estas revelaciones fue el programa PRISM, que facilitaba a la entidad datos de forma masiva, ya fueran conversaciones, correos electrónicos, vídeos, fotografías, o informaciones de cualquier calibre. No obstante, pese a ser una estrategia que atenta de forma indiscriminada contra la libertad de expresión y la privacidad de los ciudadanos, cuenta con el amparo legal de la Ley Patriótica estadounidense.

Retrocediendo unos años atrás, se podían distinguir de forma obvia dos esferas distintas; una pública y otra privada. Con la llegada de la Sociedad de la Información, este límite se ha difuminado tanto, que es prácticamente indistinguible. Los usuarios manejan sus relaciones, ya sean personales o laborales, a través de la tecnología. Se produce por tanto, una invasión de la más absoluta e íntima privacidad de los internautas, cuya vida circula por las redes sin ningún tipo de seguro por parte de las grandes compañías.

La ficción ya ha empezado a hacer eco de esta nueva sociedad, donde la tecnología ha alcanzado tal normalización que se obvia su propia existencia. Charlie Brooker, creador de la serie Black Mirror, trata de poner ante la atenta mirada del espectador un espejo que refleja y marca nuestro camino. Un espejo en el que a veces no queremos vernos reflejados. El primer capítulo de la tercera temporada, Arkangel, establece vínculos muy similares al ciberespionaje. Se cuenta la historia de una madre soltera, que decide dotar a su hija con un implante que le permite ver y oír todo lo que ella experimenta, y localizarla en todo momento. Esto no resulta tan distante de la realidad. Los padres representan esa figura de autoridad, que es capaz de decidir cómo controlar la información y las experiencias de sus hijos, presentados como víctimas de este sistema parental. La figura de autoridad y poder que se plasma a través de la figura paternal, puede extrapolarse a las grandes multinacionales, el Gobierno, y todos los organismos que manejan y mueven la vida económica y política de una población.

La “ficción” descrita en Arkangel, no es más que un discurso disfrazado de futurismo y al mismo tiempo, cotidianidad. Sin embargo, cuando se profundiza en la narrativa, la ficción pasa a convertirse en realidad, el futuro a presente, y la cotidianidad a poder. Desde una posición de potestad, se han creado múltiples estrategias, con el objetivo de controlar la información, ya sea bien con fines políticos o comerciales. Algunos ejemplos pueden ser el previamente mencionado, PRISM, donde podrían encontrarse implicadas compañías del calibre de Apple, Google, Microsoft o Facebook, y otros como ECHELON, cuyo objetivo es encontrar tramas terroristas o de narcotráfico, y se le atribuye el supuesto espionaje de la vida económica de las distintas naciones.

Los usuarios se mantienen todavía en una situación de desconocimiento y de sumisión ante este papel paternal que mantienen las instituciones de poder. Con el desarrollo de las redes sociales, se ha generado un sentimiento de empoderamiento entre los internautas, que realmente creen ser poseedores de su contenido, y obvian los intereses económicos escondidos tras estas plataformas. Los social media se han convertido ya en extensiones de nuestro sistema nervioso central, tal como aventuraba Marshall McLuhan.

Las redes también tienen su espacio en la ficción televisiva de Brooker, ejemplo de ello son capítulos como Nosedive. En este, el funcionamiento de la sociedad se rige a partir de las calificaciones de los usuarios en sus redes sociales. Así, para obtener un trabajo, o tener un determinado status social y privilegios, los individuos han de estar bien valorados en sus redes. Por esto mismo, han de ser siempre agradables con el resto de ciudadanos, mantenerse activo en sus redes, y vender su felicidad a través de ellas. Esto puede resultar bastante familiar, y de hecho, ya es una realidad. La aplicación china Zhima Gredit valora a los usuarios en función de su grado de civismo y sus gastos monetarios. Cuando las puntuaciones recibidas son altas, los ciudadanos optan a ofertas especiales, pero si el caso es contrario, tienen mayores dificultades para obtener determinados bienes. La clase social empieza a depender de las redes sociales.

La tecnología y la llegada de Internet han propiciado un cambio de paradigma, que ha fomentado la libertad de expresión y han dado voz a colectivos previamente invisibilizados. Aun así, nuestros gustos, nuestra ubicación, e incluso nuestra huella dactilar, queda recogida en la historia interminable del Big Data. Hasta qué punto es moral y legal invadir la privacidad de los usuarios sigue siendo una pregunta sin resolver, pero por ahora, busquemos construir un espejo donde si queramos vernos reflejados.

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